Sólo alguien que no me conociese de nada me regalaría un libro de viajes. Pero este me lo he comprado yo, así que no cuenta como excepción. Tengo a los libros de viajes como truñazos altamente descriptivos, contados por gente con quien no tengo nada en común. En este caso un tipo que ni se considera a sí mismo periodista y con menos ganas de viajar que una monja de clausura se embarca en un viaje a vertederos y tribus perdidas de Filipinas y Papúa Nueva Guinea con la pasta ganada en un premio en "El País". Y tiene miedo, y se cansa, se cabrea con su compañero de viaje, se cuece y se pone malo como, imagino, haría una misma visitando aquellos lares. Y quiere largarse y también quiere terminar el viaje y alucina con la sonrisa de una cría que vive en una montaña de basura y nunca será maestra; y se enciende ante las injusticias y es capaz de admirar la belleza de una tierra que ni es la suya ni se le parece. Y como lo he leído cual best-seller adictivo, imagino que o es la excepción que confirma la regla o es otra cosa, una crónica excelentemente contada -con sinceridad, humor y ternura- de tres meses de su vida en la otra punta del mundo.
Recomendación: a cualquiera con un mínimo interés en conocer qué pasa más allá de la puerta de su casa.
NOTA DE PRÉSTAMO: Estaba amortizado ya con la foto de la cubierta, que me tiene enamorada. El libro vale más de lo cuesta.
No hay comentarios :
Publicar un comentario